Hace un año en estas vísperas navideñas, acababa de recibir la noticia de que tenía cáncer, estaba tan espantada, con tanto miedo a todo lo que podía pasar que me sentía paralizada.
Recuerdo que el pensamiento de que sería mi última Navidad me torturaba constantemente, veía a mi madre y mi familia y el corazón se me helaba, me tragaba las lágrimas, estaba aterrorizada. Anhelaba que mi marido me abrazará y me asegurará que todo estaría bien y yo poderlo creer, aunque su mirada estuviera tan preocupada.
Fingía que nada pasaba, secaba mis ojos, no quería que nadie me dijera nada y pensaba que si no hablaba del cáncer este se iba a desaparecer como por arte de magia.
Me sentía tan desolada, no entendía nada, solo quería despertar y que todo hubiera sido un mal sueño, o que apareciera alguien que me rescatará. Por eso recé, peregriné, ofrecí, prometí, negocié, con Dios, con la vida, con la Virgen, con quien fuera… para que todo estuviera bien, para que hubiera un milagro, para tener la oportunidad de vivir lo que por apatía, cansancio, desidia no había vivido, para poder complicarme menos la vida y disfrutarla más….recuerdo que pedía tanto que no fuera mi última Navidad, que ahora un año después en estas vísperas navideñas los ojos se me vuelven a llenar de lágrimas, pero a diferencia, esta vez son lágrimas de dicha, de agradecimiento, de crecimiento, de paz, porque encontré quien me rescató, encontré quien llenó de valor mi corazón y me sacudió las piernas y me puso en movimiento, encontré a Yahel y a su fuerza, a la Yahel que enfrentó sus miedos y conoció sus capacidades, encontré a la Yahel que entendió que aunque la vida es absolutamente incierta ella tenía la posibilidad de hacer las paces con esa incertidumbre y así poder complicarse menos y disfrutar más.
He de confesar que no ha sido fácil, ha requerido de mucho esfuerzo, de momentos de dolor, llanto, soledad, he requerido de palabras, de otros, de paciencia, de amor, ejemplos, mucha ayuda y sobre todo de soltar, aceptar y cooperar con lo inevitable.
Un año después aquí estoy, con un camino andado y avanzando, continúo con mi tratamiento y aprendiendo, estoy por empezar 25 sesiones de radioterapia y los miedos y la incertidumbre siguen presentes, sigue habiendo días en los que no entiendo nada, sigo queriendo que me abracen y me digan que todo va a estar bien.
Ahora que llevo un año en este “Camino del cangrejo” he aprendido a abrazarme a mí misma, el camino me ha enseñado que primero hay que caminar hacia dentro para poder dar pasos firmes hacia fuera, he entendido que la única que puede hacer que el proceso sea más llevadero soy yo y la forma con la que decido enfrentar las circunstancias que no puedo cambiar.
No sé qué vaya a pasar ni cuantas Navidades me toquen por vivir, pero ahora mi corazón está ardiendo, está lleno de vida, de posibilidades, de fuerza, de amor, sigue latiendo y ese es el milagro que tanto pedí.