4 de abril de 2018 eran las 13 hrs. aproximadamente y yo me
encontraba sentada en la sala de espera de oncología del Hospital Juárez
de México aguardando a que me llamaran pues iba a recibir mi primer
quimioterapia.
Era todo un mundo nuevo para mí y aunque había
decidido que iba a ir con todo el optimismo y la mejor actitud, la
verdad es que estaba aterrada. Me daba miedo la incertidumbre de lo que
podía pasar, me daba miedo el dolor, me aterraba el no saber a donde me
iba a llevar ese nuevo camino en mi vida llamado cáncer.
Dos años han pasado de esa primera vez que entré a la sala de quimio y
que mejor momento para recordarlo que hoy cuando el mundo está detenido,
lleno de temor e incertidumbre.
Este recuerdo me hace caer en
cuenta de que todo pasa, que los miedos tarde o temprano se tienen que
enfrentar y que el dolor sana, que las heridas se convierten en
cicatrices y que nosotros tenemos la gran oportunidad de poder sacar lo
mejor de la más temida desgracia.
¿Quién iba a decir que dos
años después iba a querer tanto a esa enfermera que me dio el primer
“piquetote”?, ¿quién iba a decir que el cáncer me iba a enseñar tanto,
me iba a traer tantas cosas buenas? ¿quién iba a decir que la niña
asustada que llegó a quimio ese 4 de abril se iba a convertir en la
mujer que es hoy?
Así funciona el universo, nos prepara entre caricias y heridas para situaciones extraordinarias.
Por eso hoy te digo que todo esto que vivimos va a pasar, que esta
crisis es una manera más en la que la vida nos enseña a crecer, es el
desvío del camino que nos lleva a donde tenemos que estar. Para que
cuando todo esto acabe tengamos la oportunidad de ser mejores y de vivir
como se debe; cada día como si fuera un milagro.
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